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Es ley de vida. Una vez terminado el colegio, los jóvenes se ven obligados a tomar decisiones que marcarán su rumbo, siendo elección de oficio de los más importantes y determinantes de su desarrollo.
Referencial. Muchos jóvenes se sienten frustrados también al no poder escoger la carrera que quieren por falta de puntos en la prueba.ARCHIVO / EXPRESO |
Decenas escogen la carrera que desean, pero también existe un grupo de jóvenes cuya decisión es influenciada o impuesta por su familia, como es el caso de Anirys Sabagay, de 21 años, quien estudió Contabilidad en la Universidad Politécnica Salesiana por un semestre, pese a que se le dificultaba aprender algo que no quería.
Lo intentó, advierte, pero fue en vano. Su punto de quiebre se dio en los exámenes finales del semestre. “Desde el inicio de ese día todo fue mal, llegué tarde, me estresé con todas las pruebas, y al sentarme para hacer los exámenes, mi cabeza quedó en blanco. Había estudiado toda la noche, pero todo se me esfumó. Quería llorar en ese momento”, reconoce la estudiante.
Después de salir de Contabilidad decidió seguir su pasión, que es la Literatura, y optó por estudiar en la Universidad de las Artes. Sus padres se opusieron debido a los estereotipos que, dice, existen con las carreras artísticas y la baja plaza laboral que, al menos en el país, todavía existe. De acuerdo a Anirys, la opinión de sus padres cambió cuando vieron sus calificaciones y proyectos en los que estaba trabajando. “Estaba feliz, esto era lo mío. Al final, lo comprendieron”, señala.
Otro caso similar se presenta con Gianella Bayas, de 20 años, quien estudió Estadística en la Escuela Superior Politécnica del Litoral, Espol, aunque nunca barajó esa opción. Sus padres le sugirieron que siga una carrera que le otorgue el título de ingeniería. Que eso le abriría más puertas, insistieron. Pero no fue así.
Tras tres semestres de intentarlo, la ansiedad y estrés la colapsaron. “Al término de cada semestre sentía que ya no podía más. No entendía bien las clases, pero me mantenía positiva para no defraudar a mis padres. Pensaba solo en ello...”, relata, al asegurar que, tras ese agotamiento que se hizo evidente, se lanzó a estudiar Economía, la profesión que desde adolescente quiso seguir. sin embargo, existen decenas de jóvenes que no corren con la misma suerte, y que se ven obligados a estudiar la carrera que le impone no solo la familia, sino el sistema.
Sebastián Valverde, de 22 años, por ejemplo, cursa Ingeniería en la Universidad Politécnica Salesiana, y Enfermería en la Ecotec, ambas en Guayaquil.
Valverde no quería estudiar ninguna. Optó por la primera porque se graduó en el colegio Domingo Comín, y tenía conocimientos previos para esa profesión; y por la segunda, Enfermería, porque fue la propuesta de su familia, con el fin de que a futuro pueda salir del país a especializarse.
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Estas imposiciones, a decir de la socióloga Alexandra Morales, tienen un efecto nocivo en la sociedad, que se ve reflejado directamente en el desgano para hacer o no las cosas en el campo laboral. Lo que, a futuro, advierte, deprime, trastoca la felicidad y, con ello, la convivencia.
“Los padres obligan o impulsan a sus hijos a estudiar una profesión que no desean por estereotipos laborales, acerca de que una carrera da dinero o no; a fin de subir escalones socioeconómicos, que no está mal, pero que tampoco lo es todo” explica.
"Mis padres dijeron que con el tiempo me encariñaría con mi carrera previa, la de Estadística, pero no pasó. Viví tensionada hasta que tuve el valor de seguir lo que quería."
"Un profesional que no está donde quiere, se vuelve alguien deprimido y triste, y, en el campo laboral, hará un trabajo deficiente. Eso pasa, es una realidad cercana y todavía común."
"Ninguna de las carreras que curso ahora deseé estudiar, lamentablemente la que me apasiona no existe en el país. Me ha tocada elegir entre las posibilidades que tengo a mi alcance."